21.8.05

 

Las Agrupaciones Universitarias Independentes: Historia, Razón de Ser y Perspectivas

Asistimos durante buena parte de los noventa al auge de las agrupaciones autodenominadas "independientes". Ahora bien, ¿independientes respecto a qué? ¿Acaso los militantes universitarios olvidaron la necesidad de dar la lucha conjuntamente con otros sectores, como miembros orgánicos de un mismo movimiento? Creemos que no. El presente ensayo pretende contextualizar al "movimiento independiente" en el momento histórico en que se desarrolló con más ímpetu, para luego reflexionar en torno a las potencialidades y limitaciones de este nueva forma de encarar la política.

Planteemos el problema en ciertos términos: Durante los sesenta y hasta mediados de los setenta, la militancia universitaria estuvo profundamente radicalizada. Independientemente del contenido político específico de cada grupo, nos interesa la forma en que éstos se articulaban con otros sectores extra-universitarios. Socialistas, comunistas, peronistas, radicales… cada uno de ellos formaba parte de un movimiento más vasto, nacional e incluso internacional, como parte del cual se concebían a sí mismos. Las agrupaciones universitarias no eran otra cosa que el "brazo universitario" de tal o cual partido político. Y estaban orgullosos de ello. Se impone entonces una pregunta: ¿Qué pasó que hoy, 30 años después, que ser "dependiente" es casi una vergüenza?

La Argentina Industrial.

El modo de acumulación vigente durante la Industrialización por Sustitución de Importaciones – ISI - signó el marco estructural de la lucha política argentina durante los sesenta y hasta mediados de los setenta. Esta dinámica de producción y de distribución del excedente1 implicó la inserción social, económica y política de la clase trabajadora, excluida hasta entonces por el modelo agroexportador. Esto no significa, obviamente, que la clase obrera no estuviera presente y organizada durante los años previos, sino que significa –únicamente- que por primera vez la clase obrera formaba parte de la dinámica económica como algo más que un simple factor de producción: era, por única vez en su historia, parte esencial de la demanda agregada. Dicho en otros términos, en el marco de una economía cerrada, impulsada fundamentalmente por el sector industrial interno, el consumo obrero era condición de posibilidad para la realización de la producción. Ésta era su relación con la valorización del capital y en esto radicaba parte esencial de su poder.

No nos interesa aquí discutir si este modo de acumulación fue producto de la lucha de la clase trabajadora –en un contexto de evidente estancamiento del modelo agroexportador- o fue consecuencia de un escenario internacional. Diremos únicamente que, en nuestra opinión, ambas cosas son ciertas. Lo que más ha de interesarnos es que, en este marco, la clase obrera experimentó un crecimiento político extraordinario. Y ello no fue casualidad.

El proceso económico de la ISI, mediante el pleno empleo y la creación de un proyecto efectivo de industrialización e independencia nacional, sentó las bases efectivas que cohesionaron a esta clase y le dieron un norte, una dirección en torno a la cual profundizar el modelo de acuerdo a sus propios intereses. La dinámica de la lucha política corría dentro de los cauces del modo de acumulación vigente, que brindaba horizontes relativamente claros y condiciones materiales de organización. La lucha política, comprensible en el marco de la estructura económica, le daba movimiento a ésta, y viceversa.

Paralelamente, las condiciones macroeconómicas dieron lugar al desarrollo de una importante pequeña burguesía que, aunque débil económicamente, fue la aliada natural de los sectores populares. El resto del cuadro es bastante conocido: burguesía pampeana y grupos económicos –locales y extranjeros- forman los otros dos actores que completan el círculo político. Uno de los grandes méritos de la lucha obrera fue, sin dudas, impedir su alianza2.

¿Qué consecuencia tuvo todo esto sobre la militancia universitaria? En el marco de una lucha obrera por imponer un modelo de país acorde a sus intereses, frente a una clase trabajadora fuertemente organizada y un partido político de masas que la representaba mayoritariamente, frente al intento de ruptura con los lazos imperiales que históricamente nos ataron, frente a una discusión política nacional en torno a los intereses de industriales y terratenientes, el movimiento universitario se vio inmerso en el escenario político nacional, formando parte de las luchas políticas.
También en esta época tuvieron un lugar importante reivindicaciones que se relacionaban con la posibilidad de cambio del sistema. Estamos hablando de los ideales de la revolución cubana y del "socialismo real". Pues no faltaron quienes vieron allí la salida histórica a los problemas argentinos.

La militancia universitaria era una, necesariamente, con las luchas políticas que sucedían en el país y en el mundo, y solo así podemos llegar a entenderla. Si la sociedad argentina pugnaba por definir el camino del progreso, con sus alternativas nacional-populares, nacionales "a secas", socialistas, etc., el movimiento universitario no podía menos que participar. Y cada proyecto contaba con un representante extra-universitario políticamente definido: el PJ, el PC, el PCR, la UCR. Así, en un país donde diversos proyectos estaban legítimamente representados por partidos políticos, los militantes universitarios luchaban por sus ideales adhiriendo y superando en algunos casos al partido (nacional o internacional) que representaba estos ideales. Como ya dijimos, las agrupaciones estudiantiles eran el brazo universitario de tal o cual partido que los superaba, pero que a su vez tenían vida propia.

Hemos intentado, hasta aquí, dar cuenta de las causas por las cuales el movimiento universitario formó una unidad con partidos políticos durante la ISI. Nos toca ahora tratar de comprender las razones de la ruptura.

La Argentina Reaccionaria: Agro y Valorización Financiera.

Sostenemos en este apartado que el cambio en el modo de acumulación tuvo dos grandes efectos sobre la capacidad organizativa de los sectores populares: por un lado, condujo a la heterogeneización de la masa obrera; y por otro, las propias características del sistema económico obligaban a que todo proyecto político unido a los trabajadores quedara por fuera del modelo, de modo tal que la única alternativa viable era la confrontación3. En este contexto estructural, las clases subalternas no tuvieron capacidad de levantar un proyecto propio y, en consecuencia, la militancia universitaria no pudo encontrar, fuera de la Universidad, un proyecto al cual sumarse. Y esa es, creemos, la clave para entender al movimiento independiente.
En tanto que la última dictadura marcó un punto de inflexión en casi todas las esferas, hemos de comenzar por allí. A modo de avance, habremos de sostener que su función social fue doble: por un lado, disciplinamiento social directamente ejecutado a través de la represión; por otro, re-estructuración de la base económica (cambio en el modo de acumulación) y de las relaciones sociales a ella vinculadas.

Dijimos anteriormente que una de las grandes victorias de los sectores populares y la pequeña burguesía fue, durante la ISI, evitar la alianza entre el capital industrial oligopólico y los sectores pampeanos. Ahora bien, el gobierno de Cámpora fue el intento fallido de los sectores subalternos de levantar su propio proyecto sin concesiones, intento que llevó a los otros dos actores a realizar una alianza estratégica para poner fin a los conflictos sociales (es decir, a las trabas para la valorización de su capital). El escenario internacional, caracterizado por la crisis del modelo fordista y la superabundancia de crédito barato, abrieron nuevas oportunidades que terminaron por dar forma a un nuevo modelo de acumulación4.

El alto grado de organización de la clase obrera obligó a tomar la vía represiva para la reestructuración. En tanto mecanismo de disciplinamiento social, la dictadura desarticuló los movimientos populares de dos maneras: la primera, directa, fue a través del asesinato de líderes y cuadros militantes; la segunda, aunque indirecta, tuvo consecuencias igualmente fatales: a través del terror, paralizó a la sociedad entera frente a cualquier proyecto político futuro. Nuestra generación, en particular, vivió desde pequeña esta segunda fase del proceso, a través del miedo de muchos familiares, profesores, etc., ante la situación del joven militante y el temor a una posible represión por parte del estado. Aunque muchos otros factores entran en consideración, es innegable que existió conexión directa entre este fenómeno y la reclusión de la ciudadanía en su esfera privada, en su individualismo. Esto fue importante como puntapié inicial de un aumento sin precedentes de la preocupación por el interés individual por sobre el colectivo, teniendo esto no sólo consecuencias sobre las actitudes en el día a día de las personas sino también en modos de concebir el mundo y en el rol de estado y las instituciones. En esta época se asistió a la caída del estado de bienestar y al ascenso del neoliberalismo. Éste presentó particularidades más que interesantes ya que, entre otras cosas, se mostró como un pensamiento único al que era inútil cuestionar, como si se hubiera llegado al punto cúlmine del conocimiento, por lo que había que dejar de lado otras visiones (como las nacionalistas, socialistas, etc.) ya que expresaban formas de pensar retrógradas que no estaban en consonancia con lo que sucedía en el resto del mundo. Esto llevó a que se adoptaran políticas económicas acordes al pensamiento neoliberal como si fueran las únicas posibles, llevando progresivamente la discusión desde un plano político a otro cada vez más técnico, donde la ideología encontró terreno para avanzar sobre el imaginario popular.

La dictadura lograba, entonces, mediante la represión y la imposición de un nuevo modelo económico, desarticular a los movimientos sociales y crear condiciones objetivas (como la falta de cuadros) y subjetivas (miedo e individualismo) que trabarían toda posterior reorganización.
Analicemos ahora el proceso económico subyacente. No es éste el lugar para desarrollar el modelo económico vigente durante más de 25 años, así que habremos de abocarnos a ciertos elementos estructurales, en tanto condicionan la capacidad de organización de los sectores subalternos.

En primer lugar, la existencia de una mayor tasa de ganancia en el sector financiero condujo a las grandes empresas a redireccionar allí sus inversiones, en detrimento del sector industrial. Asimismo, la desregulación de los mercados y la apertura económica, especialmente en el marco de la Convertibilidad, destruyeron la integración vertical y obligaron a las empresas a buscar reducir costos para ser competitivas internacionalmente, sobretodo a partir de 1979. Ambos procesos confluyeron en el achicamiento del sector industrial y en la expulsión de la mano de obra. La reforma laboral, que ha de entenderse en el marco estructural brevemente descrito, precarizó el empleo existente. Desocupación y precarización laboral llevaron a generar un elemento fundamental para nuestro análisis: la heterogeneización de la clase trabajadora.
Por otro lado, vimos ya que los movimientos políticos de la fase de la ISI no estaban desconectados de la base económica sino que, por el contrario, estaban encauzados dentro de ella y pugnaban por darle una dirección coherente con sus intereses. La ruptura del mercado interno, condición esencial del nuevo modelo, implicó que, bajo el nuevo modo de acumulación, la realización de las ganancias de las grandes empresas no dependieran del poder de compra de los trabajadores y la pequeña burguesía. Más aún, en el marco de una valorización financiera y un sistema productivo orientado al mercado externo (tanto en lo agropecuario como en lo referente a industria y minería), el salario pasó a ser –nuevamente- nada más que un costo. Ahora bien, si la economía crecía a costa de expulsar trabajadores, y la lógica de acumulación impulsaba la caída de los salarios ¿qué posibilidades tenían los sectores subalternos de organizarse y luchar dentro de los límites del modo de acumulación vigente? Esta dificultad obligó a que cualquier proyecto genuino tuviera que luchar por una nueva re-estructuración de la economía. Esto implicaba, necesariamente, contar con una fuerza inusitada. Pero frente a las necesidades de cualquier proyecto serio, se erigían condiciones objetivas absolutamente adversas: el legado desmovilizador de la dictadura, la creciente heterogeneidad de la clase obrera y el desempleo (que, a través de la amenaza que implicaba para los trabajadores, se convirtió en el mecanismo disciplinador más importante de los años ´90). No es casual, por tanto, que la reacción haya empezado, justamente, por los sectores absolutamente excluidos (los piqueteros), única esfera donde era posible reclutar masivamente trabajadores, aunque desocupados.

La contracara de este proceso económico fue la ruptura entre los partidos políticos y su tradición histórica. Se trata de un fenómeno extraordinariamente complejo, y somos conscientes de nuestras limitaciones al respecto. De todos modos, desarrollaremos una breve explicación, más no sea a modo de hipótesis, con la esperanza de que contribuya al debate. El contexto político post-dictadura militar era el siguiente: una clase obrera desarticulada y un poder económico sumamente concentrado, en el marco de un modo de acumulación que potenciaba este cuadro. En estas condiciones, en las cuales no había lugar para un verdadero proyecto popular que no fuera disruptivo (y donde no existían, debido a las razones ya mencionadas, condiciones para la existencia de dicho actor), el poder económico fue capaz con el tiempo de cooptar/imponer a sus representantes políticos. Asimismo, los ejes que articulaban al movimiento obrero hasta entonces no se correspondían con las nuevas condiciones estructurales, de modo tal que la única forma de que los partidos políticos fueran fieles a sus principios implicaba, necesariamente, una profunda revisión de su estrategia y de su proyecto, suponiendo que fueran capaces de ser contemporáneos de sí mismos.

En los '80, con la vuelta a la democracia, el escenario político era tremendamente inestable. En el '83 ganó las elecciones el partido radical, que no logró a lo largo de todo su gobierno formar una alianza con diversos sectores para poder gobernar. Es así como se sucedieron varios levantamientos militares y diversas presiones de sindicatos que reaccionaban ante medidas que iban en contra de sus intereses, junto con presiones de los grupos de capital concentrado y la banca internacional. Estas enormes pujas sectoriales y la imposibilidad de Alfonsín de encarar un proyecto firme, conjunto con un escenario internacional adverso, llevaron a terminar los ochenta con un "empate hegemónico" donde ninguno de los sectores pudo imponerse, con resultados emblemáticos como la hiperinflación.

A comienzos de la década pasada se alzó un nuevo líder dentro del Justicialismo, que ganó las elecciones internas por 6% y luego obtuvo un 50% en las elecciones presidenciales: Carlos Saúl Menem. Éste se mostró como líder popular oriundo de la provincia de La Rioja, con promesas tales como el salariazo y la revolución productiva. Sin embargo al llegar a la presidencia dio un notable giro respecto a su "populista" campaña electoral: confió el Ministerio de Economía a Bunge y Born y se dio lo que se llamó la "economía popular de mercado". Luego de una serie de cambios de ministros y de episodios inflacionarios se anunció el Plan de Convertibilidad de la mano de Domingo Cavallo. Este plan de estabilización consistió resumidamente en la fijación del tipo de cambio, privatizaciones y la apertura irrestricta de mercancías y capitales lo cual terminó, como es bien sabido, en una enormemente mayor concentración económica y distribución regresiva del ingreso así como en un sector claramente hegemónico: el financiero.
De esta manera, se rompió el péndulo político democracia-dictadura: ahora la democracia era servicial a quienes antes necesitaban valerse de las fuerzas armadas. Con Menem el peronismo no fue más una alianza policlasista, como antes, sino que fue vaciado de contenido desde el momento mismo en que comenzó a favorecer unilateralmente a ciertos sectores del capital concentrado, como ejecutor de las más profundas reformas neoliberales, con mecanismos como los indultos y la cooptación de cuadros dirigentes para mantenerse en el poder. Comunistas y socialistas vieron caer el muro de Berlín, y con ello todos sus ideales y, de repente, ser comunista parecía no tener sentido. El radicalismo, incapaz de desarrollar una propuesta alternativa coherente, se limitó a articularse en torno a la denuncia anti-oficialista, pero paulatinamente se tornó –en esencia- igual al PJ, como tristemente lo demostraría el gobierno de la Alianza. En el plano de las diversas facultades, esto se manifestó en la mercantilización de la militancia, que con el tiempo se convirtió en una poderosa mafia empresarial que, enquistada en la política universitaria, se dedicó a realizar aquello contra lo que tanto predicaba: enriquecerse sobre la base del saqueo de lo público.

En este contexto, con la absoluta desintegración del peronismo, del radicalismo, del socialismo y del comunismo, parecía no quedar nada. Sin embargo, como dice el buen saber popular "podrán cortar todas las flores, pero jamás matarán la primavera". En otras palabras, no faltaron quienes quisieron revivir la militancia propiamente dicha, aquella vieja militancia comprometida con la vida de los sectores subalternos y el desarrollo del país. Pero resultaba evidente que no existía, por fuera de la universidad, ningún actor que representara legítimamente dicho proyecto, al menos ninguno con proyección nacional que pudiera hacer las veces de actor articulador de otras fuerzas y que pudiera plantarse como opositor firme al modelo neoliberal. A su vez, los actores que históricamente habían ocupado dicho lugar nacional se habían convertido en su opuesto. Ser independiente, entonces, cobró sentido: se trataba de diferenciarse, de reivindicar el verdadero sentido de la militancia. La militancia universitaria resurgió de la única manera que era posible: sola, aislada, independiente.

Pero a medida que pasaba el tiempo eran cada vez más evidentes las falencias de esta independencia. Entonces se empezaron a juntar, formando "movimientos de agrupaciones independientes", casi una contradicción en sus términos. La profunda crisis del modelo que estalló en el 2001 rompió la hegemonía del pensamiento único, dando lugar al resurgimiento de voces articuladas en torno a la búsqueda de un proyecto nacional nuevo, hecho que comienza a plantear los límites a esta forma de hacer política. Ser independiente fue una excelente forma de resistencia, y un buen germen de algo nuevo (viejo), pero cada vez resulta más claro que hace falta articularse orgánicamente con otros sectores, perder la independencia para participar verdaderamente del escenario político argentino. Quedan sin embargo dos graves problemas que van juntos: por un lado, la inercia de la cultura dificulta resignificar la pertenencia a un movimiento nacional, latinoamericano o mundial, y van a tener que pasar años hasta que ser independiente carezca nuevamente de sentido; por otro lado, los noventa terminaron sin la existencia de un colectivo de izquierda hegemónico con el cual poder sentirse identificado, que invite a pertenecer a la mayoría del estudiantado: se trata, en realidad, de un problema que sufren muchas de las fuerzas militantes actualmente. Y es que, hoy, buena parte de la militancia argentina es independiente pese a su voluntad.

En resumidas cuentas, el cambio de escenario que desde hace unos años viene sucediendo en Argentina sienta las bases para superar el pensamiento único, y junto con él, la desarticulación de los movimientos sociales (incluidas obviamente las agrupaciones estudiantiles independientes). Y es que, mal que nos pese, superar la independencia obliga a hacer una lectura de la realidad actual y jugar nuestras fichas.

1 No desarrollaremos en este artículo la dinámica económica presente en estos años. Al respecto, pueden consultarse las obras de Marcelo Diamand y Oscar Braun, dos referentes obligados sobre el tema.
2 Gran parte del análisis político-económico de esta época esta realizado en base a O'Donnell (1976).
3 Confrontación que no impide, a modo estratégico, ciertas alianzas con otros sectores.
4 Sobre este punto existe un debate más que abundante. Nuestra posición busca remarcar que el proyecto de re-estructuración llevado a cabo por la dictadura no tenía en mente un camino tan claro como algunos autores sostienen. Por el contrario, en el marco de las reformas que sabían necesarias para acabar con la protesta social, el contexto internacional definió numerosos aspectos sin los cuales el cambio en el modo de acumulación no hubiera sido posible. El punto central de esta discusión radica en que si los sectores del capital concentrado estaban en condiciones de diseñar un plan de re-estructuración integral que llevó casi 30 años, su capacidad de proyección deja en el presente poca esperanza a cualquier proyecto popular futuro.

Comments: Publicar un comentario



<< Home