19.10.04

 

Se viene el concurso de zonceras...

Las zonceras son, como nos dice Jauretche en su Manual de Zonceras Argentinas, "principios introducidos en nuestra formación desde la más tierna infancia - y en dosis para adultos- con la apariencia de axiomas, para impedir pensar las cosas del país por la simple aplicación del buen sentido"1. Es decir que la zoncera actúa anulando la capacidad de análisis de los zonzos a partir de su propia situación, empujándolos a aceptar como verdad incuestionable el resultado de un análisis hecho por otro, en otro lugar y momento. Por eso "Su fuerza no está en el arte de la argumentación. Simplemente excluyen la argumentación actuando dogmáticamente mediante un axioma introducido en la inteligencia - que sirve de premisa- y su eficacia no depende, por lo tanto, de la habilidad en la discusión como de que no haya discusión. Porque en cuanto el zonzo analiza la zoncera - como se ha dicho- deja de ser zonzo."

El papel de la zoncera es el de impedir el análisis la realidad a partir de la propia posición en la misma. Responde por tanto al interés de los que buscan perpetuar esa realidad a la vez que perpetuar la posición ocupada por los zonzos en ella. Es el sentido común, creado por quienes se benefician del común, impidiéndoles usar su propio sentido, "el buen sentido" en palabras de Jauretche. De tal forma, los zonzos asumen como propios los intereses de quienes de ellos se aprovechan.

Vamos a dar un ejemplo aprovechando que la crisis de la convertibilidad, como toda crisis, significó también la crisis de algunas zonceras, silenciadas entonces por quienes hasta ayer las enarbolaban, y la creación de nuevas zonceras que crean un sentido común acorde a los nuevos tiempos; es decir, a las nuevas necesidades de nuestros viejos dominadores.

Así se pudo ver que, mientras que a principios de los noventa endeudarse era el símbolo de la buena salud de nuestra economía, que "despertaba la confianza de nuestros amigos del extranjero", unos años más tarde nos desayunaban con que "no se podía vivir de prestado" y que los "zapateros del extranjero ya no querían ser nuestros amigos". También vimos cómo, mientras a lo largo de toda una década debíamos estar orgullosos del derrumbe de nuestra industria por la entrada de productos importados y el crecimiento de los servicios "como en las naciones modernas", ahora nos dicen que es necesario producir para cumplir nuestro nuevo destino manifiesto: "exportar y honrar las deudas", si no queremos "vivir aislados del mundo como en Cuba".

Se puede ver, y no creemos que sea simple coincidencia, que los cambios en las zonceras parecen concordar con los intereses de los acreedores externos. Así, cuando querían colocar sus fondos en nuestro país, vendernos el exceso de producción de sus empresas y quedarse de paso con alguna que otra empresa (especialmente si eran de servicios públicos), era bueno endeudarse y símbolo de prosperidad el déficit comercial.

Pero resulta que cuando los banqueros hacen las cuentas, y el dinero empieza a recorrer el camino de vuelta hacia el norte, la deuda y el déficit comercial se convierten en símbolos de la holgazanería de los argentinos que deben ser por tanto reprendidos. Más aún, en tanto y en cuanto los acreedores quieren cobrar, la economía debe conseguir divisas sin que eso signifique más deuda. Resulta entonces que no hay nada mejor para el pueblo que ver reducido su salario para tornar al país competitivo y capaz de exportar su producción.

Todas estas zonceras serán reforzadas con tecnicismos económicos que, si en primera instancia hablaban de eficiencia, luego lo harían de sustentabilidad. Todo lo cual buscará hacernos pasar como propios los intereses ajenos (que, aunque este prohibido decirlo -ciertos silencios también son zonceras-, son paradójicamente opuestos a los nuestros).

¿Quién se endeudó? ¿En qué uso la plata? ¿Quién debe entonces ajustarse el cinturón? ¿Por qué pasar hambre y exportar alimentos para pagar una deuda ajena?

Estas y muchas otras preguntas no son hechas, ni por nosotros ni mucho menos por los constructores y divulgadores de zonceras (economistas reconocidos en el extranjero, funcionarios de organismos internacionales, periodistas, funcionarios, profesores actualizados, gerentes, ascensoristas de empresas multinacionales, y la lista continúa). Así siguen las zonceras en la cabeza del compañero o el amigo. Así sigue la zoncera impidiéndonos pensar nuestros problemas, y así continúan estos sin solución.

Por ello abrimos esta sección. Invitamos a que cada uno de nosotros que detecte alguna zoncera lo comunique, y desde aquí procuraremos establecer las bases para su anulación. Porque las zonceras actúan sobre cada uno de nosotros en forma individual, pero a la vez actúan sobre nosotros como pueblo. Por ello su destrucción compete a cada uno de nosotros en forma individual y es a la vez una tarea colectiva.

Buscamos de esta forma articular las peleas individuales por la liberación de nuestras mentes de toda zoncera en el camino de la total liberación. Pedimos encarecidamente, y por el bien de todos, que si encuentran alguna participen del concurso y nos la envíen3.


Concurso de Zonceras económicas: Una zoncera ejemplar a modo de ejemplo:

"No hay que darles el pescado, sino la caña"

En la zoncera que nos convoca vemos que actúan dos sujetos. Uno poseedor de caña y pescado, y otro que pareciera no tener lo uno ni lo otro y haber pegado el mangazo. La zoncera parte de una situación dada, pero no nos dice nada acerca de cómo se llegó a ella. No sabemos si el sujeto poseedor se hizo de la caña y el pescado mediante su trabajo, si se las encontró, si las heredó de su padre, si se la regaló a un amigo o si simplemente asaltó a quien convirtió de poseedor a no poseedor y ahora se dispone a ayudar. Tampoco nos dice, excepto que confirmemos la hipótesis del asalto, cómo es que llegó el desposeído a tal situación de desposesión. Pero ante estas preguntas el zonzo nos correrá con una serie de zonceras al estilo de "lo pasado pisado", "no se puede vivir en el pasado", y otras por el estilo, y como no queremos perdernos en el análisis de otras nuevas zonceras aceptamos el punto de partida de la "nuestra".

Así que partimos de una situación de desigualdad. Existe un sujeto poseedor de pescado y caña y uno desposeído al que podemos suponer hambriento. Existe por tanto desigual poder, por un lado quien tiene es quien tomará la decisión de dar o no dar a quien nada posee, a la vez que si se decide a hacer caridad verá cual es la mejor opción: ¿dar la caña o el pescado? Es en esta segunda elección donde actúa la zoncera. Ante una situación dada el zonzo la esgrimirá cuestionándonos para que seamos nosotros quienes hagamos de la zoncera una sentencia. "¿Qué hay que darles, la caña o el pescado?" A ello responderemos: "No hay que darles el pescado, sino la caña". El zonzo cuestionador y nosotros, zonzos cuestionados, habremos comulgado en la zoncera, y el relato continuara habiéndonos llevado la satisfacción de haber hecho una sentencia inobjetable.

Una forma muy eficaz de entrarle a la zoncera es rastrear las zonceras madres a las que pertenecen y así desandar el camino hacia su origen. El hecho de que el desposeído deba recibir la caña y no el pescado, aún cuando tenga hambre y sobren los pescados no es tan sólo irracional. Responde a la idea de que la función del desposeído en la sociedad es la del trabajo. La justificación de que el desposeído deba dedicarse a trabajar, mientras el poseedor no se encuentre en esa obligación, responde a otras zonceras que atribuyen la posesión a un esfuerzo previo, sino del poseedor, de sus antepasados. En este camino genealógico de la propiedad llegaremos a la edad de piedra donde había dos hombres salvajes. Uno del que desciende nuestro poseedor y otro del que desciende nuestro desposeído. En esos tiempos el uno salía a cazar todos los días mientras el otro se quedaba en la puerta de la caverna tomando mate (estaríamos ante un origen guaraní de la desposesión) Como vemos, al justificar la posesión en general se ha ido hacia el pasado, posibilidad que fue negada por una serie de zonceras cuando se quiso analizar la posesión particular de un individuo.

Una vez justificada la obligación de trabajar del desposeído se cierne sobre él la sospecha de que no quiere hacerlo. El carácter de vago y reacio a la labor del desposeído se explica no en el modo concreto en que se da su labor, sino que se arrastra de la zoncera que justificó la propiedad. Si no tiene es que no trabajó, o no lo hicieron sus antepasados. Es así como los desposeídos heredan genéticamente el ser haraganes desde aquel cavernícola guaraní al que ya hicimos referencia.

Las quejas sobre el carácter de vago del desposeído ocupan un sitio central de la teoría económica y han dado a luz innumerables escritos. Tal vez uno de los más destacados fue la justificación de la "ley del salario de subsistencia" sostenida en la noción de que, en caso de pasar ese límite, el obrero se negaría a trabajar por su natural tendencia al ocio. En América la zoncera desembarcó junto a Colón, y puede leerse en las continuas quejas de los españoles sobre la natural tendencia a la vagancia de los "salvajes" con las que más adelante se justificó traer esclavos africanos.

En Argentina, la misma zoncera fue hecha propia por la clase terrateniente en su persecución de la "barbarie" gaucha y su posterior fomento de la inmigración. Más tarde pasó a la boca del industrial en sus continuas quejas ante las demandas obreras; y por último llegó al presente para condenar en forma unánime la descarada haraganería del pobre y desocupado al apropiarse de un subsidio con el que alimentarse y alimentar a su familia.

Pero volviendo a nuestra zoncera de la caña de pescar, no faltará algún exaltado de la justicia y la eficiencia que nos haga notar que dar la caña es un acto de caridad y paternalismo inaceptable. Nos dirá que no hay que andar regalándoles y lo justo sería cobrarles a cambió un pequeño alquiler, una especie de tasa para salir de la pobreza. Encontramos expresado este ideal en las teorías de los microcréditos, la privatización de bienes públicos otorgando créditos para los que no pueden afrontar sus tarifas, etc. Teorías que ven en la desposesión una posición de infracción y que por ende disponen una multiplicidad de castigos y pruebas que el desposeído deberá superar para mostrar su disposición a redimirse.

Pero vayamos a ver cómo le va a nuestro ex desposeído vuelto pequeño propietario y deudor. Descartemos el caso de que sea santiagueño, caso en el cual sólo podría usar la caña para pescar vinchucas en su rancho o tal vez para hacer un fueguito en el que calentar el agua para el mate. Descartemos también la existencia de otras externalidades como ser un desposeído que habite los márgenes del riachuelo u otro río contaminado. Vayamos pues al caso de un desposeído marplatense. Éste toma la caña y se dispone a ir a pescar al mar. Allí se encuentra con que no sólo deberá luchar contra el océano para hacerse de una merluza sino también contra una enorme flota japonesa que limpia el mar día a día no dejando siquiera una almeja. Pero nuestro desposeído no solo tiene hambre sino que también tiene una deuda con nuestro poseedor que además resultó ser socio de un japonés y por tanto dueño de una flota. Es por ello que pese a lo difícil de la pesca no duda en permanecer en la orilla día y noche buscando algún pescado que haya escapado a las redes japonesas.

Si tuvo suerte y pescó algo se privará de comerlo antes de faltar a su deuda (las experiencias del banco de los pobres muestran con orgullo lo cumplidores que son éstos cuando se les brinda una oportunidad). Es por ello que irá al mercado buscando vender el pescado y hacerse así del dinero con el que pagar el alquiler de la caña. En el mercado se encuentra con que no hay puestos libres. Todos están ocupados por una comercializadora local asociada a la flota japonesa. Nota además que ésta vende su pescado a un precio muy barato, por lo que el fruto del trabajo de nuestro ex desposeído tampoco le alcanzará al ser vendido para afrontar el alquiler.

Dejemos aquí a nuestro ex desposeído beneficiado por algún plan de salida autosuficiente de la pobreza diagramado seguramente por un grupo de especialistas expertos en teoría del bienestar a cargo del Banco Mundial. Tal vez un día, decepcionado por sus escasas chances de ascenso social, apoye a algún populista que le regale pescado a cuenta de la flota japonesa. O tal vez se sume al desvarío de algún comunista que pretenda expropiar la flota y repartir las horas de trabajo en ella. Dejemos pues a nuestro desposeído vuelto subversivo y volvamos a nuestra zoncera.

"No hay que darles el pescado, sino la caña"

¿No ha perdido ésta parte de su encanto? ¿No nos sentimos un poco menos zonzos?

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